miércoles, 10 de octubre de 2012

FUNERALES



Por duro que suene, incluso en los funerales se requiere un mínimo de compostura, las normas de etiqueta en este caso van dirigidas a los que se ponen en contacto con la familia afectada.
Hay que recordar que es una reunión de obligada asistencia, nadie podrá rechazar asistir a un funeral cuando ha sido invitado, a no ser, por supuesto, por una causa de fuerza mayor.




Dar la noticia

Si la muerte ha sido repentina, todo aquel que conoció al difunto debería estar al tanto de la noticia. Por supuesto los familiares más cercanos y amigos deberán ser avisados. La manera más sencilla será por teléfono.

Si la muerte estaba prevista, sería correcto haber avisado antes de que ésta se produjere para que aquellos familiares íntimos, y siempre que el enfermo quisiese pudiesen verlo aún con vida.

Otra manera de difundirlo entre los menos allegados es mediante esquelas en los periódicos, poniendo en ella (si se quiere) las señas y la hora para que quien quiera acuda al funeral. 

Las esquelas de invitación para los entierros deben estar concebidas en términos muy claros y precisos, y sobre todo en los que sean más serios y usuales, y no deben aparecer participando el deceso sino los deudos o amigos muy inmediatos del difunto. Son extravagantes y aún ridículas, las esquelas mal redactadas, las que se apartan de la forma ordinaria, las que contienen expresiones que no son estrictamente necesarias, y aquellas en que nominalmente participan muchas personas, por más que el parentesco o la amistad las autorice a todas a ello. Las costumbres de cada país son las que dan la pauta para el ceremonial de un entierro. En ciertos países las invitaciones para los entierros se hacen por los periódicos. Los familiares hacen una invitación y las entidades comerciales u oficiales, con que el difunto ha estado vinculado, hacen otras tantas invitaciones.

No es lícito avisar para un entierro a personas que no tuvieron relaciones con el difunto, o que no las tienen con ninguna de las personas que lo participan. Sin embargo, cuando fallece un sujeto que estaba investido de un alto carácter público, o que por sus grandes virtudes y sus servicios a la sociedad gozaba de una notable popularidad, está permitido prescindir de esta prohibición, avisándoselo en el primer caso a los invitados, sean quienes fueren, y en el segundo a todas las personas que deban suponerse deseen tributarle el homenaje de acompañar a sus restos.

A los parientes y a los amigos íntimos del difunto, no se les pasa esquela de invitación; al hacerlo, sería suponer que necesitaban de estímulos extraños  para llenar sus deberes, y con razón se vería en esto una ofensa hecha a su carácter y a sus sentimientos.

Los deudos muy inmediatos del difunto y las personas que los han acompañado en la invitación, son los que naturalmente forman el cuerpo de doloridos. Pueden agregarse a éste otras personas, cuando un vínculo estrecho y decoroso las haya unido con el difunto y las una con su familia; más por esto es necesario que proceda una excitación expresa de los principales doloridos. Sin esta restricción, el cuerpo de los doloridos podría aumentarse excesivamente, y aún llegar a quedar desnaturalizado; pues entonces debería ser la amistad la moviese a incorporarse a aquél, y, presentes como debe suponerse a todos los relacionados con el difunto, ninguno querría aparecer poco afectuoso, siguiéndose de aquí la incorporación de un crecido número de personas, que bien podrían componer a veces la totalidad de los acompañantes.


Vestimenta


Vestirse de color totalmente negro tampoco está muy bien visto si no se es alguien muy allegado al difunto. 

La familia más cercana vestirá de luto, siendo aceptable colores oscuros o una combinación de blanco y negro, no siendo indispensable el negro riguroso.

Se debe ir vestido con traje oscuro: no son admisibles colores claros o brillantes, joyas exageradas, etc., sin piezas de ropa de colores llamativos, con una vestimenta sobria y sin gran ostentación. "Debe evitar, cuando existe a una ceremonia de este tipo, cualquier nota de color excesiva."


Actitud en el velatorio, en el funeral y en el cementerio

Sinceridad y seriedad son básicamente la mejor forma de comportarse. Intentar ser aquél que más llora, que más abrazos da a los parientes son comportamientos detestables. 

El mejor comportamiento será aquel en el que consigamos que la persona que está sufriéndolo haga lo que realmente desee. Si quiere llorar, llorará con nosotros, si quiere hablar, deberemos escucharle, si quiere estar en silencio, deberemos respetarle. Cada persona expresa sus sentimientos de una forma.

A nivel general, conviene mantenerse serio pero dando muestras de afecto. Si los deudos le han pedido expresamente su asistencia, nunca, a no ser por fuerzas de causa mayor, debe de dejar de acudir a un funeral. Si no puede, siempre tendrá que hacer llegar un mensaje de condolencia, ya sea por teléfono, telegrama, e-mail, flores... Durante el funeral, conviene no exacerbar los sentimientos (llorar, gritar, etc.), hay que mantener la compostura dentro de lo que uno se pueda permitir y no dramatizar en exceso el momento.

Las personas menos allegadas pueden no asistir al entierro, pero la asistencia al funeral es inexcusable: uno puede no asistir a una boda o a una fiesta, pero nunca es admisible no asistir a un funeral. 

La puntualidad debe ser exquisita: a un funeral no se puede llegar tarde. 

En el funeral hay que mantener una actitud de máxima seriedad y respeto. 

No hay una imagen más terrible que una familia destrozada y a pocos metros dos supuestos amigos de la familia saludándose efusivamente y conversando animadamente. 

El padre y el esposo, están relevados de asistir al entierro; y respecto de los demás deudos, ellos se abstendrán de hacerlo, cuando encontrándose profundamente conmovidos, no se sientan con fuerza bastante para sobreponerse a su dolor, hasta conducirse con la serenidad y circunspección que exigen todos los actos públicos.

A la hora señalada para la reunión, los doloridos que han de acompañar el féretro se situarán en la sala donde éste se encuentre, y allí permanecerán hasta el momento de la salida.

Los parientes y los amigos más inmediatos del difunto, son los que generalmente acompañan a los doloridos cuando se dirigen al templo. Todos los demás concurrentes se trasladan directamente a éste a la hora designada para las honras.

La colocación en el templo, así de los dolientes como de los acompañantes, durante los oficios religiosos, es de la misma manera que se ha indicado en los capítulos anteriores.




Pésame




Se esperará al final de la ceremonia religiosa para dar el pésame a la familia del difunto
No trate de animar ni de hacer reír, bastarán unas palabras sinceras, un afectuoso abrazo, pero nunca se entretenga más de lo necesario, piense que hay más personas que quieren dar el pésame.

El pésame se da para expresar a los más allegados al difunto la pena por el deceso. En ocasiones los deudos, inmersos en un proceso de duelo, valorarán más las expresivas muestras de afecto que la palabrería. Por ello un abrazo y simples pero sentidas palabras de condolencia serán más que suficientes.
 
Manteniendo siempre la serenidad para no hundir más a la persona, el pésame consiste en expresar cuánto sentimos la pérdida y las virtudes del difunto que calaron en nosotros. No se debe tratar de animar ni de hacer reír al deudo, no son momentos para el humor, ni tampoco debemos de tapar su dolor. 

Las fórmulas más utilizadas en los pésames y condolencias son "te acompaño en el sentimiento" y "mi más sentido pésame", aunque cualquier frase que nos salga de dentro y sea sincera será bienvenida. El pésame debe ser sencillo, corto y digno: por ejemplo, "estamos muy apenados", "mucho ánimo", etc. Hay que evitar frases que puedan herir la sensibilidad del familiar del tipo "con lo bueno que era", "siempre se van los mejores", "que tragedia, si ayer se le veía tan lleno de vida", y, por supuesto, nada de empezar a relatar anécdotas vividas con el difunto. 

Si no ha podido acudir al funeral, puede hacer llegar una nota de condolencia para dar el pésame. Si la forma escogida es la misiva, se recomienda escribir a mano, para dar al mensaje un toque personal. 

El pésame presencial puede darse en el velatorio o en el funeral. Si llegamos sólo para el funeral el pésame nunca se debe dar a la entrada de la iglesia sino después, a no ser que la familia comunique su deseo expreso de no recibir pésames a la finalización del acto, algo que ocurre con poca frecuencia. 

Si la familia del difunto estuviera muy afectada no se le molestará, siendo más conveniente llamarles o visitarles unos días después.



El velatorio

La finalidad del velatorio del difunto es acompañar y reconfortar a los más allegados del difunto. Es un espacio de tiempo en el que se despide al difunto, y es un momento importante en el proceso de duelo. Acudir al velatorio es importante para los deudos. 

Sólo la presencia ya es un gesto muy honrado y valorado. Allí se acostumbra a dar el pésame y a acompañar a la familia inmediata del difunto. Su visita debe de servir para reconfortar a la familia y acompañarla, por ello si no llega otra visita que le tome el relevo no debe de irse.



Flores o coronas

Uno de los detalles que expresan nuestro dolor por la pérdida es el envío de una corona de flores, un centro o un ramo. Lo más correcto es una corona, pues el círculo simboliza el ciclo de la vida. El envío de flores se debe de hacer pensando en el difunto, en sus creencias y cultura.

Los centros y coronas se acompañan comúnmente de una cinta en la que se escribe un mensaje corto y conciso. Las flores nunca se llevan al velatorio: siempre se envían por mensajería, la tarde anterior al velatorio; como muy tarde, han de llegar antes del funeral.

Las especies más comunes en los arreglos florales fúnebres son las flores blancas, los claveles, las rosas, los crisantemos, los lirios, las hortensias, los anturios, las azucenas y las margaritas. 



La ceremonia del funeral


En la marcha a la iglesia, lo dolientes se colocarán detrás del féretro; teniéndose para esto presente que los puestos preferentes son en primer lugar el centro, y en segundo y tercer lugar la derecha y la izquierda del que ocupe el centro. La preferencia en estos casos no la establece la edad ni la categoría de los dolientes, sino el grado de parentesco o amistad que los haya unido con el difunto. Cuando por ser muchos los dolientes han de distribuirse en dos o más filas, la preferencia respecto de éstas consiste en la mayor inmediación al féretro.

En cuanto a los acompañantes, éstos irán siempre en dos alas a uno y otro lado del féretro, marchando a una distancia conveniente unos de otros, de manera que el orden y la simetría contribuyan a dar al acto la seriedad que es tan propia de toda pompa fúnebre.

Los acompañantes deben marchar con el paso lento, y con un aire de circunspección y recogimiento que armonice con la naturaleza del acto y con la situación de los dolientes; pues es siempre una muestra de educación y de cultura, en manifestar en la exterioridad que se participa del dolor de las personas afligidas que se acompañan.

Es según esto un acto de sobremanera descortés e impropio, el conversar durante la ceremonia, o dentro del templo, y el ir una persona apoyada en el brazo de la otra. En cuanto a fumar en el tránsito, esta es una falta en la que no puede incurrir jamás ni las personas que solo tengan una ligera idea de la buena educación, y de los deberes y prohibiciones que imponen las convenciones sociales.

Dentro del templo los doloridos toman los puestos principales, que son siempre los más próximos al lugar donde se coloca el féretro. Respecto de los acompañantes, éstos se colocarán en los demás puestos, según la edad y la categoría de cada cual.

Se realiza una homilía y se bendice el féretro. El ataúd es cargado en hombros desde la capilla mortuoria a la carroza por los familiares masculinos o amigos más íntimos, o por personas especialmente contratadas. A la salida es conveniente dar el pésame a la familia directa, si no se ha dado durante el velatorio; en cualquier caso, no repetir el pésame, ya que es de sumo mal gusto y puede dar a dobles interpretaciones. En la caravana de vehículos que acompaña a la carroza irán en el primer carro las personas más allegadas al difunto. Si no se va a ir al cementerio, por las circunstancias que sean, no se debe marchas en cuanto termine homilía, sino que se deberá esperar a que el coche fúnebre haya salido hacia el cementerio. 

Si hay discursos, éstos se dirán en el cementerio. Después de los discursos y de los servicios religiosos se efectúa la inhumación de los restos con lo cual termina el ceremonial del entierro. Una vez terminada la ceremonia, los acompañantes se retiran sin despedirse, en señal de respeto a los familiares doloridos.




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