jueves, 6 de junio de 2019

Henry Morton Stanley “¿El Dr. Livingston, supongo?”


Henry Stanley
Imagen: biografiasyvidas.com

Sir Henry Morton Stanley  (John Rowlands Stanley; Denbigh, 1841 - Londres, 1904), ha pasado a la historia como uno de los grandes exploradores de todos los tiempos. Explorador británico. Tuvo una infancia difícil: tratado con dureza por sus padres e incluso encerrado en una casa de corrección, logró huir a los quince años.

John Rowlands, nombre de nacimiento, llegó a América en 1859, donde fue adoptado por un comerciante en Nueva Orleáns y que le dio su nombre, Henry Morton Stanley.

Estallada la guerra civil, participó en ella, y combatió primeramente en las filas de los confederados, y luego, hecho prisionero por el enemigo, ingresó en las de la Unión.

Terminado el conflicto bélico, se inclinó al periodismo y fue enviado especial del New York Herald, escribiendo como corresponsal desde el oeste americano. En 1868 acompañó como cronista a las tropas británicas a Abisinia, en la expedición que realizaban los ingleses contra el Negus Teodoro II de Etiopía, más tarde emprendió expediciones al Imperio Otomano, visitando Grecia, Esmirna, Beirut y Alejandría; también es enviado a España, donde presencia la guerra carlista y asiste a la caída de la reina Isabel II y aprende un perfecto español.

En busca de Livingstone



"Dr. Livingstone, I presume?" (¿El doctor Livingstone, supongo?) 
Ilustración de 1876 del encuentro entre Stanley y Livingstone.
Imagen: Wikipedia

En el año 1869, el editor del New York Herald, James Gordon Bennett, conociendo su gran afición por los viajes, le encargó la búsqueda del explorador y misionero David Livingstone, del que no se tenía noticia desde hacía algunos años, pero antes le encarga que asista como corresponsal a la inauguración del Canal de Suez, para luego ir a Jerusalén, Constantinopla, Crimea, y llegar a la India a través del Cáucaso, Irak y el Éufrates. Tras este periplo Stanley viajó hasta la isla de Zanzíbar en 1871 y organizó una expedición para localizar al misionero escocés, a quien halló el 10 de noviembre de 1871 en Ujiji, en el lago Tanganika, gravemente enfermo. En este encuentro fue cuando pronunció "¿El doctor Livingstone, supongo?", frase que se hizo célebre gracias a su libro Cómo encontré a Livingstone por H.M.Stanley. Traba bastante amistad con el médico escocés y juntos exploran la parte norte del lago Tanganika. Al terminar su recorrido, tras la muerte del escocés (1873), Stanley volvió solo a las costas de Zanzibar, sin que Livingstone, quisiera acompañarlo. De vuelta a Gran Bretaña, advierte que casi nadie cree lo que cuenta de su encuentro y dudan de la autenticidad de las cartas que presenta, firmadas por Livingstone.


Imagen: Wikipedia
Rutas seguidas por Stanley en sus viajes africanos. 
Viaje de 1871-1872 en rojo, Viaje de 1874-1877 en verde 
y viaje de 1888-1889 en azul.

La expedición del río Congo (1874-1877)

En 1874, el periódico británico Daily Telegraph y el estadounidense New York Herald, financiaron conjuntamente otra expedición al continente africano, una de sus misiones era resolver el último gran misterio de la exploración africana, el seguimiento del curso del río Congo hasta el mar. Su aventura se inició el 12 de noviembre de 1874, de la isla de Zanzíbar, y finalizó el 9 de agosto de 1877 en Boma, un puesto avanzado portugués en la desembocadura atlántica del río Congo. En su viaje alcanzó los lagos Victoria y Tanganica que circunnavegó y siguió hacia el río Lualaba para comprobar si realmente era la continuación del río Nilo, como pensaba Livingstone. En la expedición partieron 356 personas, de las que sólo 114 alcanzaron el final, siendo Stanley el único europeo que lo consiguió.

Henry Morton Stanley.
Imagen: Wikipedia


Stanley fue contratado por el ambicioso rey Leopoldo II de Bélgica, que en 1876 había organizado una asociación científica y filantrópica internacional, a la que había denominado Sociedad africana internacional, que encubría un empresa particular del rey. El rey exponía sus intenciones de introducir la civilización occidental y la religión en esa parte de África, pero ocultaba su deseo de apropiarse las tierras, en beneficio propio. Stanley regresó al Congo por mandato del rey y negoció con los jefes tribales para obtener concesiones de terrenos. Construyó algunas carreteras para abrir el país. De esta manera Stanley - que ya tenía antecedentes de maltrato, desprecio e inclusive asesinato de los nativos - contribuyó a una de las páginas más oscuras de la historia del siglo XIX.

Tras un par de viajes más, fue recibido con grandes honores a su regreso a Inglaterra, y tras dar un ciclo de conferencias en Australia y América, recobró la ciudadanía británica y fue elegido miembro del Parlamento en 1895. A partir de 1897, tras su última expedición al África, no se alejó ya de Inglaterra. Puso fin a su actividad de escritor con la publicación de otros dos libros: Mis primeros viajes y mis aventuras en América y Asia (My Early Travels and Adventures in America and Asia, 1895) y A través del África meridional (Through South Africa, 1898).

Pero más que a la producción literaria, la fama de Stanley queda vinculada a las empresas que llevó a cabo, que le convierten en el más importante de los exploradores africanos. Poseedor de una voluntad tenaz.


Tumba de Stanley en Pirbright, Inglaterra.
Imagen: Wikipedia

martes, 28 de mayo de 2019

El buen comportamiento en la mesa

By Salva Rossello on 05/28/2019

Imagen: foto-mantel-siena.jpg



El buen comportamiento en la mesa pone de manifiesto la educación de una persona, y sus normás básicas son:
- Nos sentaremos en la mesa una vez nos hayan indicado qué puesto ocuparemos. Primero lo harán las mujeres y después los hombres. El orden, a su vez, se efectuará atendiendo a las edad: primero los mayores y por último los niños.

- Comenzaremos a comer cuando la anfitriona despliegue su servilleta. Recuerden que ésta la desdoblaremos y la extenderemos sobre nuestros muslos. La usaremos sólo para limpiarnos la boca, nunca los cubiertos ni las manos.

- No empezaremos a comer hasta que todos los invitados estén servidos. Si hay bandejas de comida sobre la mesa, se servirá primero los invitados y después lo anfitriones. Si no disponemos de personal de servicio, lo ideal es que sean los anfitriones los que sirvan, como señal de condescendencia.

- Cuidaremos nuestra postura, procurando permanecer rectos en la silla, nunca recostado hacia atrás, ni volcados hacia delante. Los codos nunca los apoyaremos sobre la mesa, ni separarlos mucho del cuerpo para no causar molestias a otros comensales que tengamos a los lados; tan sólo dejaremos sobre la mesa la mitad de los antebrazos o las muñecas.

- No pondremos los pies sobre los barrotes de las sillas, ni extendidos hacia delante. Estarán acorde con nuestra postura, lo más paralelos a las patas de la silla.

- Al cuarto de baño hay que ir siempre antes de sentarse o una vez concluida la comida.

- Lo correcto es no manchar los manteles, pues las mantelerías suelen ser de buena tela y con preciosos bordados, por lo que ciertas manchas pueden estroperalo de por vida.

- El pan está situado a la izquierda del comensal, por encima del plato de comida, sobre un platillo de porcelana o de metal. El pan se parte con la mano, nunca con el cuchillo, trozo por trozo. Cuando partamos una porción, devolveremos el resto del pan a su platito.

- El cuchillo del pan lo emplearemos sólo para hacer rebanadas para cuando queramos hacer rebanadas para untar mantequilla, paté o queso cremoso. Una vez untadas las rebanadas, estás nos las llevaremos a la boca con la mano izquierda.

- El cuchillo de la derecha del pan se utilizará exclusivamente  para cortarlo y no para untar en él. Cada complemento  llevará su correpondiente cuchillo-pala para untar.

- La copa se agarra por la columnilla o espiga, siempre con los tres dedos pulgar, índice y corazón.

- Cuando bebamos, nos limpiaremos los labios antes y después de esta acción, y durante la el proceso de beber, miraremos la copa o el vaso para de evitar derrames de los líquidos.

- Cuando queramos acceder a una botella de vino, jarra de agua u otro elemento que se encuentre lejos de nosotros, jamás pasaremos el brazo delante de un comensal; la pediremos al vecino de mesa.

- Es de mala educación dar sorbos, olfatear la comida, soplarla, hablar con la boca llena, reírse a carcajadas y hablar en tono alto, así como comer muy deprisa o demasiado despacio, comer del cuchillo o levantar el plato de un lado para acumular la sopa.

- Nunca daremos una opinión sobre la comida a no ser que los anfitriones nos pregunten. Por supuesto, si lo hacen, contestaremos con una respuesta halagadora.

- La sal no debemos tocarla con los dedos. Si está contenida en un recipiente sin dosificador, la serviremos con una cucharilla o con la punta del cuchillo si éste está limpio.

- No nos llevaremos a la boca grandes bocados, ya que es identificador de glotonería.

- Si hay necesidad de toser o estornudar, nos giraremos disimuladamente hacia un lado, poniendo la mano delante de la boca.

- En la mesa no se hablará de temas de política, religión, enfermedades, muertes o desgracias.

- Para trinchar o servir no hay que ponerse de pie.

- El cuchillo estará situado a la derecha del plato y se utiliza para cortar y para empujar los alimentos al tenedor.

- Para comer carne, cortaremos cada vez el trozo que nos vayamos a comer utilizando tenedor y cuchillo. Una vez tengamos partido un trozo, nos lo llevaremos a la boca con el tenedor, agarrado con la mano izquierda.

- Si no hay que cortar ningún alimento ni se precisa el cuchillo para ayudar al tenedor, en este caso sí tomaremos el tenedor con la mano derecha.

- No se atenderán llamadas de teléfono móvil en la mesa. Por ello el móvil debe estar apagado y lejos de la mesa.

- Al terminar de comer, no hay que acercar la silla a la mesa. Sólo se hace en los restaurantes, significando que esa mesa está libre.


domingo, 10 de marzo de 2019

NIKOLA TESLA


Nikola Tesla fue el descubridor del campo magnético rotatorio, la base de la corriente alterna que hoy ilumina el mundo; pero también el padre de tecnologías visionarias en su época como la robótica, la informática o las armas teledirigidas. Tesla disfrutó del mecenazgo de grandes prohombres que crearon sus imperios gracias en parte a los descubrimientos de Tesla para luego estafarle y dejarle solo y arruinado. Uno de los inventores más importantes de la historia, con una personalidad llena de ideales, obsesiones y trastornos, fue maltratado por gente como Edison. El hombre al que tantas veces copiaron y robaron sus ideas
INICIO DE LA LEYENDA

El día de junio en que pisó la Oficina de Inmigración de Castle Garden, en Manhattan, ataviado con un repulido sombrero hongo y una escueta levita negra, al menos nadie confundió a Tesla con un pastor de ovejas montenegrino ni con un preso por deudas escapado de la cárcel. Ocurría esto en 1884, el mismo año en que la nación francesa le regaló al pueblo estadounidense la estatua de la Libertad. (…)


Tesla no pasó por el departamento de empleo, donde contrataban a cuadrillas de obreros para desempeñar penosas jornadas de hasta trece horas en la construcción del ferrocarril, en minas, en fábricas o como cuidadores de ganado. Ni mucho menos. Con su carta de presentación para Edison y la dirección de un conocido suyo en el bolsillo, solicitó a un policía las indicaciones pertinentes y, lleno de resolución, echó a andar por las calles de Nueva York.

Pese a que Edison era un genio, no podía decirse que fuera muy conocido en aquella época. Había puesto en marcha la Edison Machine Works, de Goerck Street, y la Edison Electric Light Company, sita en el número 65 de la Quinta Avenida. Su central eléctrica, instalada en los números 255-257 de Pearl Street, abastecía de electricidad a la zona de Wall Street y del East River. Disponía también de un enorme laboratorio de investigación en Menlo Park, Nueva Jersey, que daba empleo a numerosas personas y donde, en ocasiones, ocurrían cosas de lo más sorprendentes.


Tesla se presentó, hablando un correcto inglés con acento británico, un poco más alto de lo que tenía por costumbre en atención a la sordera que padecía Edison.
-Traigo una carta del señor Batchelor.
-¿Batchelor? ¿Algo no va bien por París?
-Todo en orden que yo sepa, señor.
-Tonterías. En París siempre hay algo que anda mal.
Edison leyó la sucinta nota de recomendación de Batchelor y soltó un bufido. Observó a Tesla con atención.
-”Conozco a dos grandes hombres, y usted es uno de ellos. El otro es el joven portador de esta carta”. ¡Caramba! ¡A esto le llamo yo una carta de recomendación! A ver, ¿qué sabe hacer usted?
Hizo un rápido repaso del trabajo que había realizado en Francia y Alemania para la Continental Edison y, antes de que su interlocutor hiciera un comentario siquiera, comenzó a describir las excelencias del motor de inducción de corriente alterna, basado en su descubrimiento del campo magnético rotatorio. Por ahí irían los tiros en el futuro, aseguró: un inversor avispado podría hacerse multimillonario.
-¡Alto ahí, amigo mío! -replicó Edison, encolerizado-. Ahórreme esos disparates que, además, son peligrosos. Esta nación se ha decantado por la corriente continua. No seré yo quien eche por tierra lo que la gente quiere. Pero quizá tenga algo para usted. ¿Sabe arreglar el sistema de alumbrado de un barco? (…)


No tardó mucho Tesla en dar con la solución para que las rudimentarias dinamos de Edison, si bien limitadas a la producción de corriente continua, funcionasen de forma más eficiente. Así, propuso un método para rediseñarlas, asegurando que no sólo mejorarían sus prestaciones, sino que se ahorrarían mucho dinero.

El astuto hombre de negocios que latía en Edison se avivó al oírle hablar de dinero. No tardó en comprender, sin embargo, que el proyecto que Tesla proponía era de gran calado y necesitaría dedicarle mucho tiempo.

-Le pagaré cincuenta mil dólares a usted solito si es capaz de llevarlo a buen término -le dijo.

Durante meses, sin apenas dormir, Tesla trabajó como un loco. Aparte de rediseñar los veinticuatro generadores de arriba abajo e introducir notables mejoras, implantó controles automáticos, una idea original que quedó registrada como patente.

EL INICIO DE LAS ESTAFAS
Las diferentes formas de ser de cada uno pesaron mucho desde el principio. Edison renegaba de Tesla, a quien consideraba un intelectual, un teórico, un erudito. Según el mago de Menlo Park, el 99% por ciento de la genialidad consistía “en prever qué cosas no iban a funcionar”.

Convencido de que la corriente continua era imprescindible para la fabricación y posterior venta de bombillas incandescentes, Edison intuía la amenaza que, para su sistema, representaba aquel extranjero tan brillante: la vieja historia de los intereses creados.

Tesla dedicó casi todo un año al rediseño de los generadores de Edison. Una vez concluida la tarea, informó a su jefe de que había culminado con éxito su empeño y le reclamó, por supuesto, los cincuenta mil dólares prometidos.

Edison retiró sus enormes zapatos negros de encima de la mesa y se le quedó mirando, boquiabierto.
-Tesla -le espetó-, ¡qué poco ha aprendido usted del humor americano!

Una vez más, la Edison Company se reía de él. Enfurecido, Tesla presentó la dimisión. Edison trató de arreglar las cosas ofreciéndole una subida de diez dólares sobre el magnífico salario que percibía, dieciocho dólares a la semana. Tesla se caló el sombrero hongo y se marchó (muy distinta es la versión del bando de Edison: Tesla le ofreció a Edison sus patentes de corriente alterna por cincuenta mil dólares, y éste las rechazó pensando que se trataba de una broma).

Tesla, cuya reputación como ingeniero iba en aumento, había recibido de un grupo de inversores la oferta de crear una empresa que llevase su nombre. No se lo pensó dos veces: todo el mundo se daría cuenta de la trascendencia del descubrimiento de la corriente alterna, un hallazgo que, según él, liberaría al género humano de innumerables ataduras.


Se constituyó, pues, la Tesla Electric Ligth Company, con sede de Rahway. En el proyecto estaba James D. Carmen.

Tras haber oído hablar de su motor de inducción, el jefe del taller donde languidecía el inventor le presentó a A. K. Brown, director de la Western Union Telegraph Company, quien no sólo estaba al tanto de lo que representaba la corriente alterna, sino que mostraba un interés personal en las nuevas perspectivas que ofrecía esta solución.


Allí donde Edison había sido incapaz de aprehender una revolución ya en ciernes o, para ser más exactos, había intuido que supondría el toque de difuntos para su proyecto de electrificación con corriente continua, Brown optó decididamente por el futuro. Respaldó la creación de una nueva empresa que también llevaría el nombre del inventor, la Tesla Electric Company, con el objetivo primordial de desarrollar el sistema de corriente alterna ideado por el serbio en un parque de Budapest, allá por 1882.

El laboratorio y las naves que ocupó un Tesla ilusionado con su nueva empresa estaban situados en los números 33-35 de South Fifth Street, a pocas manzanas de las naves donde trabajaba Edison.


Como ya tenía el proyecto acabado en su cabeza, a los pocos meses estaba en condiciones de patentar su sistema polifásico de corriente alterna, que de hecho eran tres, monofásico, bifásico y trifásico, si bien realizó experimentos con otras variantes. En cada caso, diseñó los correspondientes generadores, motores, transformadores y controles automáticos. (…)

En noviembre, Westinghouse puso en marcha en Buffalo la primera red comercial de corriente alterna de Estados Unidos; en 1887, disponía ya de más de treinta centrales operativas. Todo esto sin olvidar el sistema de corriente continua, el utilizado por la Edison Electric Company, una de las primeras empresas en entrar en liza.


Pero aún no se había dado con el motor de corriente alterna que ofreciera resultados satisfactorios. No habían pasado seis meses desde que se inauguró el laboratorio, y Tesla ya había presentado dos motores de estas características a la Oficina de Patentes y enviado las primeras solicitudes para patentar el uso de la corriente alterna.


Las noticias acerca de la inesperada actividad que se registraba en la Oficina de Patentes no tardaron en llegar a oídos de Wall Street, y a los círculos empresariales y académicos. Por indicación del profesor Anthony, el 16 de mayo de 1888, un joven serbio casi desconocido fue invitado a pronunciar una conferencia en el American Institute of Electrical Engineers.

A propósito de la disertación de Tesla, el doctor B. A. Behrend declaró: “Nunca, desde la aparición de las investigaciones experimentales sobre la electricidad, de Faraday, habíamos asistido a una exposición tan clara y contundente de una verdad experimental como un puño”.


El mensaje de Tesla llegó en el momento más oportuno. En sus patentes estaba la clave que George Westinghouse llevaba tanto tiempo buscando. El magnate de Pittsburgh, un hombre achaparrado, basto, dinámico y con bigotes de morsa, tenía una especial debilidad por ir vestido a la moda y gustos de aventurero. Como Morgan, no tardaría en enganchar su vagón privado a los trenes ordinarios que unían Pittsburgh y Nueva York, primero, y luego a los que llegaban hasta las cataratas del Niágara.

Aparte de luchador nato, como Edison, era tan cabezota como el inventor. En definitiva, los dos estaban bien pertrechados para la batalla que se avecinaba.


Westinghouse era un empresario avasallador, pero desde luego no se conformaba sólo con hacerse rico. Desde su punto de vista, el éxito en los negocios no pasaba por untar a políticos ni por darle al público lo que quería. Supo ver y comprender de inmediato el potencial que entrañaba aquel sistema, que permitiría el transporte de electricidad de alto voltaje a cualquier parte de los inmensos Estados Unidos. Como Tesla, también había soñado con sacar provecho del potencial hidroeléctrico que representaban las cataratas del Niágara.

Fue a ver al inventor a su laboratorio. Los dos, enamorados por igual de aquella nueva fuente de energía y compartiendo los mismos gustos por la pulcritud en cuanto al atuendo, hicieron buenas migas. El laboratorio y los talleres de Tesla estaban atestados de intrigantes artilugios. Westinghouse iba de uno a otro, agachándose a veces, apoyando las manos en las rodillas, para verlos más de cerca; en ocasiones alargaba el cuello y asentía con gesto de satisfacción al escuchar el leve zumbido de los motores de corriente alterna. No le hicieron falta demasiadas explicaciones.


Se dijo entonces, aunque lamentablemente no disponemos de documentación al respecto, que el empresario se volvió para mirar a Tesla y le ofreció un millón de dólares más un porcentaje por los derechos de todas las patentes de corriente alterna que había registrado a su nombre.

Caso de ser cierto, el inventor debió de declinar la oferta, porque en los archivos de la empresa consta que Tesla recibió unos sesenta mil dólares de la compañía Westinghouse por cuarenta patentes, cantidad que quedó desglosada en cinco mil dólares en metálico y ciento cincuenta acciones de la sociedad. Sin embargo, en los archivos de la empresa también figura que recibiría dos dólares y medio por cada caballo de potencia mecánica generado gracias a la electricidad que se vendiese.

A la vuelta de unos pocos años, tales porcentajes llegaron a representar una suma de dinero tan considerable que dieron lugar a un singular problema.

Así que aceptó el trabajo de asesor en la Westinghouse para adaptar su sistema monofásico, a cambio de un salario de dos mil dólares mensuales. Aquellos ingresos extra le venían de perlas, pero le obligaban a trasladarse a Pittsburgh en el preciso momento en que empezaba a recibir invitaciones de las cuatrocientas mayores fortunas del país. De mala gana, pues, se mudó.

Como era de temer, un sistema tan novedoso no dejaría de plantear dificultades. La corriente de 133 hercios que se utilizaba en la Westinghouse no era la adecuada para el motor de inducción de Tesla, pensado para una frecuencia de 60 hercios. De no muy buenas maneras, así se lo expuso reiteradamente a los ingenieros de la empresa, haciéndoles ver que estaban equivocados. Sólo después de realizar vanos y costosos experimentos durante meses, los técnicos se avinieron a seguir sus indicaciones, y entonces el motor funcionó tal y como estaba previsto. A partir de ese momento se adoptó la frecuencia de 60 hercios para la corriente alterna.

EL FINAL: LA ENVIDIA DE EDISON
Cuando se enteró del acuerdo al que habían llegado Tesla y la Westinghouse para el desarrollo del sistema de corriente alterna, Edison se sintió dolido en lo más hondo. Por fin, las trincheras quedaban nítidamente delimitadas. Pronto puso en marcha su maquinaria propagandística de Menlo Park, y comenzó a imprimir y distribuir soflamas incendiarias sobre los supuestos peligros que entrañaba la corriente alterna. Siguiendo las consignas de Edison, caso de que no se diera ninguno, había que provocar accidentes achacables a la corriente alterna y advertir al público del riesgo que corría. En la guerra de las corrientes no sólo entraban en lid las fortunas invertidas en el sector, sino también el amor propio de un genio egocéntrico.


Aparte de la virulenta campaña que orquestó en periódicos, folletos y boca a boca, Edison puso en marcha las reuniones de los sábados, sólo aptas para informadores de buen temple: allí presenciaban cómo los aterrados perros y gatos, que los niños habían retirado de la circulación, eran arrastrados hasta una placa de metal unida por unos cables a un generador de una corriente alterna de mil voltios.

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domingo, 3 de febrero de 2019

El Hangar. Nueva adquisición. El Telekino


Llevamos cierto tiempo guardando cachivaches varios en El Hangar, a cual más útil o todo lo contrario.
Pero hoy ha llegado la primera pieza interesante: El Telekino


Es bien cierto que desde que se hizo la expo en el 89, cada vez más el mundo se va modernizando con nuevos inventos.
Y el Telekino es un muy buen ejemplo de ello.

Es un regalo que nos ha hecho Torres Quevedo, al entregarnos al primer prototipo de su control remoto, algo que en breve se impondrá  como alternativa en naves en las que no es necesario que el pilotó esté dentro de ella.

El nombre que nuestro amigo ingeniero ha escogido, el Telekino, realmente significa movimiento a distancia, es un autómata que ejecutaba órdenes transmitidas a través de ondas de radio y que era capaz de gobernar sistemas electromecánicos.

Según nos cuenta, en menos de un año, presentará el nuevo modelo, más moderno y pequeño, tanto en la Royal Science Society como en la Academia de Ciencias de París, si todo va bien. Está preparando la memoria descriptiva y ya ha empezado con las demostraciones experimentales. Bueno, más que experimentales, son demostraciones prácticas, ya que incluso en la aeronave Hispania, ya hay montada una en una de las barcas de transbordo, que está dando muy buenos resultados a su propietario.

Según las propias palabras de Leopoldo, el Telekino es un sistema telegráfico, con o sin cables, cuyo receptor fija la posición de un interruptor que maneja un servomotor que acciona algún tipo de mecanismo
El mensaje es enviado mediante una codificación digital binario (on-off), algo que los entendidos dicen será el futuro y que tos, todo, se regirá por este código, antes de 100 años.

Ya con las pruebas realizadas, el Ministerio del Ejército se está interesando en él, para dotar a los torpedos de Isaac Peral con este sistema y teleguiarlos a distancia hasta su objetivo.

Esperemos que nos sigan llegando objetos tan interesantes como el Telekino, para El Hangar.

jueves, 3 de enero de 2019

Safari de Henry Morton por África. Las grandes exploraciones románticas


Viernes, Barcelona, a 3 de enero de 1879

Hemos recibido noticias de Henry Morton Stanley, desde África, por lo que este humilde periodista intentará explicar un poco porque tal ilustre caballero se encuentra en esos parajes exóticos.

Primero indicando que según Mr. Morton, Safari es una palabra nativa, de los swahili, que quiere decir “gran viaje”. Y es muy adecuada.  

Los señores europeos, Lores en su mayoría, han iniciado desde hace unas cuantas décadas, los grandes viajes (Safari) para explorar el extenso terreno de la zona sin explorar del centro del continente. Una mezcla entre exploración y afición, entre el trabajo de descubrir lo nuevo, el encanto del romanticismo y la afición de la caza.


Esto siempre nos ha cautivado a todos los occidentales, en una u otra medida, por el descubrimiento profundo de los territorios africanos desconocidos.

Los Safaris fueron empezados, o por lo menos conocidos, gracias al explorador inglés William Cornwallis Harris hace unos 50 años, en el año 1836, el cual recorria diariamente diferentes puntos del África desconocida, observaba y anotaba todo lo que se podía, tanto de animales, como de animales, indígenas y paisajes.

A todo ello, Mr Cornwallis edito un libro de estos viajes que con el pasar de los años, Nobles de diferentes países occidentales, aburridos de su condición, se dedicaron a hacer Safaris para poder tener algo de aliciente en sus vidas. Y para poder demostrar lo por donde habían pasado, utilizaron los viajes para cazar, ya no zorros, sino piezas mayores para ser notables entre sus amistades.

Los viajes hacia la áfrica profunda se han ido sucediendo uno tras otro. Unos por parte de viajeros incansables, con el afán de labrarse un nombre en este desconocido y viejo continente, otros por el amor de la exploración y abrir nuevas rutas a compatriotas.

Aunque realmente los primeros viajes, Safaris, fueron realizados en el S. XVIII, para saciar la sed de información que un extraordinaro hobbi había arraigado en la alta sociedad, en especial la inglesa: El imperio Egipcio. 

Han existido diferentes exploradores  que han cruzaron en diferentes direcciones el continente africano. Unas por el simple hecho de “colonizar” con el evangelio (el Dr. Livingstone), o para conseguir las riquezas que esconden en su interior, como por ejemplo el conocido Allan Quatermain, en busca de las desaparecidas minas del Rey Salomón.
El resto de Europeos que han ido a colonizar este basto continente en la última década, han ido básicamente para sobre salir en la sociedad en el que viven, para conseguir perpetuarse en el status que poseen, utilizan las rutas abiertas por estos grandes hombres de principios del siglo, para poder traer sus trofeos a sus casas y hacer un estudio recubriendo el suelo de pieles, las paredes con cabezas disecadas y los rincones que pequeños mamíferos disecados en posición más o menos naturales.

Aniceto Torregroga

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